Comentario
El crecimiento del comercio, así como el de la producción industrial, estuvo íntimamente ligado a la expansión heterogénea, no obstante, -desde diversos puntos de vista- de la demanda. Ésta fue motivada por la combinación de diversos factores, entre los que señalamos el aumento de la población -contrarrestado en parte, no obstante, por el deterioro de los salarios reales de algunos sectores sociales- y, más aún, el progreso agrario y el paralelo incremento de las rentas procedentes de la agricultura, la difusión de la industria en el mundo rural, el desarrollo urbano y el crecimiento del aparato estatal (civil y militar) sin olvidar el efecto multiplicador del propio desarrollo económico. Creció, pues, el número de familias, urbanas y rurales, que se proveía de alimentos en el mercado; también lo hizo la demanda, impulsada directa o indirectamente por el Estado; y mejoró la disponibilidad económica de capas sociales cada vez más amplias, entre las que, no se olvide, los comerciantes al por menor fomentaban la imitación de los más encumbrados. El resultado fue la mayor comercialización de la agricultura y la intensificación del consumo, ante todo, de productos de primera necesidad, pero también de muchos otros -a veces traídos desde territorios muy lejanos antes considerados lujos o semilujos. Y, por último, se ha de añadir el crecimiento de la demanda extraeuropea, con la población colonial -en gran parte abastecida desde el Viejo Continente- en lugar destacado.
No ha faltado la polémica historiográfica a la hora de otorgar a la demanda interna o a la externa la primacía como motor del desarrollo económico. Si tradicionalmente se insistía, ante todo, en la demanda externa -en el comercio internacional, pues-, en las últimas décadas diversos historiadores han señalado, entre otras cosas, la escasa importancia que en relación con el producto nacional bruto, aun en los países marítimos, tenían las exportaciones a las colonias y, en general, a la periferia económica (P. O´Brien), y la elevada cuota de la reexportación de artículos coloniales en los valores del comercio internacional, lo que, sin duda, era menos significativo que la exportación de artículos nacionales (E. Labrousse). Hoy tiende a asignarse más peso a la demanda interna como estímulo del crecimiento económico europeo del siglo XVIII, aunque no se olvida el papel dinamizador del comercio colonial e internacional, ante todo, en países y regiones ya industrializados -Inglaterra o Verviers (pañerías), en el principado de Lieja, son dos ejemplos-, pero sin limitarse a ellos: T. M. Devine, F. Crouzet o P. Leon, por ejemplo, han demostrado su influencia en la industrialización y aun en el desarrollo agrícola de determinadas comarcas francesas, tanto del entorno de los puertos como del interior (zona del Garona medio, Delfinado), así como la inversión de capitales procedentes de reexportaciones tabaqueras en industrias del vidrio y del lino en Escocia.